Tercer partido del combinado patrio. Tercera oportunidad de demostrar que ser anfitrión es como tener 12 o 13 jugadores en la cancha. Tercera oportunidad para que la luna de miel entre hinchas y jugadores siguiera creciendo.
En el “Campín” de Bogotá se enfrentaron Colombia y Corea del Sur. Un partido que, como había anticipado gracias a lo visto en partidos anteriores, iba a ser el más difícil de este grupo para la selección cafetera, ya que los coreanos venían con un orden táctico impecable, una velocidad característica en sus selecciones y adicionalmente una mejor adaptación a la altura de la capital.
En el terreno de juego se vio lo previsto de parte de los coreanos, pero vimos algo nuevo en la selección nacional y eso fue un orden de equipo que no habíamos visto antes. En los 2 partidos anteriores, los nacionales dependieron de 3 o 4 jugadores para sacar adelante los resultados. Se vio a James, a Ortega, a Muriel, a Franco, a Arias y a Bonilla, marcando el ritmo de los partidos. En este partido no hubo una figura rutilante, hubo un equipo. Una formación cohesionada en busca de un solo objetivo. Clasificar de primeros para mantener la plaza bogotana. Si hubiera sido con un empate bien, pero mejor con un triunfo.
El partido, a pesar de que el orden y la disciplina táctica de los colombianos evitó que los asiáticos los inquietaran, fue un partido enredado que sólo pudo ser descifrado gracias a un error de la defensa coreana que fue bien capitalizado por el delantero Luis Muriel. Un gol que daba la clasificación definitiva a octavos de final, el mantener la plaza bogotana y además poner a Muriel en el tope de la tabla de goleadores.
De ahí en adelante nos encontramos con un partido casi que aburrido, que fue calentado por el ruido y el apoyo que caía desde las tribunas, no sólo para el equipo colombiano, sino también por una nutrida, aunque pequeña barra surcoreana.
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